En una calleja lejana, discreta y muy silenciosa, pasaba el tiempo tranquilo y el soplo del viento cansino, no acaecía nada extraño, no sucedía nada nuevo. Había en ésta vereda una fila de hermosos arbustos, soñando con ser grandes árboles, con ser algún día robustos. Pasaban las tardes vacías, totalmente aburridas, silenciosas, rutinarias, todo era monotonía.
Un día un pequeño niño, huyendo con un amiguito, en uno de éstos arbolitos, se refugió sin aviso. Huía de unas viejas monjas que regañarlo querían, qué travesura hizo, en qué lío se habría metido, sólo él lo sabía, él y su pequeño amigo. El árbol no se inmutó y silencioso permaneció. Pasaron algunos días y todo seguía silencioso, aburrido y muy tedioso, el sol salió y entró, la sombra se fue y llegó, el viento también pasó, y todo en silencio nuevamente quedó.
En otra ocasión nuestro pequeño amiguito, llorando corría angustiado, y detrás de algún otro árbol se refugió sin más gesto. Su madre lo perseguía para darle algún castigo, pobre niño y sus tristezas, pobre niño sin amigos. Éste otro árbol también se quedó silencioso, el niño se escondió tras él, pero él no escondió al niño. Y el tiempo seguía corriendo, y la rutina cayendo, otra vez el feo silencio, de nuevo éste cruel tormento.
Después de algunos meses, también creció el muchachito, y nuevamente llegó a esconderse detrás de un pequeño arbolito, ésta vez venía acompañado, consigo traía a su primo, el muy malvado y perverso a fumar lo había traído. El niño curioso y con miedos, tomo el cigarro en sus dedos, fumó un poco temblando y luego resultó asqueado. El arbolito reía y se burlaba del niño, el niño no lo notaba, pero ahora tenía un nuevo amigo. Pasó el tiempo y el niño creció, los años pasaron y el árbol herido quedó. El viento, las lluvias y el tiempo, sus ramas hirieron sin más, y el árbol silencioso y quieto, no dijo nada jamás.
Pasaron días y noches, segundos, horas y semanas, meses, años y estaciones y el árbol olvidó temores. Nada pasaba con él, nada pasaba sin él. El simplemente existía y su estancia de sentido carecía.
Por fin una tarde el muchacho llegó convertido en un joven, venía acompañado de otro hombre, éste era su amado sin nombre. Caminaban tranquilamente por la triste callejuela, conversando pasivamente de una infancia lejana y vieja, se sentaron en algún sitio frente a la fila de árboles, éstos un poco extrañados se quedaron callados mirándoles. Sólo un árbol dormía y sin abrir los ojos estaba, no veía ni oía nada, simplemente ahí descansaba.
El joven contaba su historia y la historia de los arbolitos y recordó de repente a un viejo y herido amigo, aquél lejano arbolillo que en silencio permanecía dormido. El joven sonrió y a su amado encaminó, juntos se dirigieron al arbolito en silencio. Las palabras del joven despertaron al pequeño árbol: “Éste árbol me escondió algún día y en silencio me sonreía, él fue mi primer cómplice, mi amigo discreto y triste. Él escondió hace tiempo un evento un poco extraño, ¿quieres que como antaño me esconda junto a mi amado?” La respuesta fue afirmativa, y con pasión y locura vivas los dos jóvenes se besaron detrás de un árbol callado.
Fundidos con él se quedaron en ése beso entre amados, y el árbol feliz y cansado se unió a ellos en un abrazo. Ahora viven eternamente en un beso apasionado, el joven, su amado y el árbol.
jueves, 22 de abril de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario